Querida yo del futuro
Es viernes 24 de mayo de 2002. Estoy buscando una almohada. Es lo que nos piden para el taller de preparto de mañana en el Jackson Memorial Hospital. Vivimos en Miami y tenemos que cruzar varios kilómetros de autopista para llegar allí.
Solo conseguí la clase en inglés, porque la que dan en español será en unas semanas y quizá sea demasiado justo. Estoy en la semana 33 de embarazo.
El idioma no es un problema. Después de todos los libros sobre embarazo que hemos leído y el material informativo que me dan en los controles médicos, ya me he acostumbrado a que “parto” se dice “delivery” y he superado esa sensación de que traeré al mundo una pizza en lugar de un bebé.
En el precio, decía el anuncio del curso, está incluido un desayuno tipo buffet.
Aún no sé que después del desayuno abundante y de una charla introductoria nos mostrarán un video sobre water breaking, que la comadrona nos contará anécdotas de mujeres que han parido en un coche o un metro, que iré al baño cuando aún la sala esté a oscuras proyectando el video, que sentiré que me está pasando eso mismo que nos acaban de explicar y que aún con el video sin finalizar y la sala en silencio, la comadrona nos acompañará unas plantas más arriba para descubrir que mi dilatación es de 6 centímetros y que por la tarde, cuando las demás parejas hayan acabado el curso, vendrán a la habitación a entregarme un certificado que dirá que he superado con éxito la clase de preparto y aunque me haya perdido casi toda la teoría, habré sido la única que ha hecho la práctica: pariendo a mi primer hijo prematuro de 1750 gramos que estará en la incubadora.
Aún no sé nada de eso y lo único que me preocupa es conseguir una almohada y calcular a qué hora tenemos que madrugar para llegar puntuales a la clase de preparto.
Hoy es domingo 24 de mayo de 2020. El último día de mi hijo con 17 años. Esto significa que a partir de mañana también mi maternidad pasará a otra etapa. Seré la madre de una persona mayor de edad.
Ahora vivo en otro continente, estamos en mitad de la fase 1 de la desescalada del confinamiento y no sé lo que aún no sé sobre la vida adulta de mi hijo. Ni tampoco de mi maternidad adulta.
Durante estas semanas de puertas adentro, han ido en paralelo: su desafío para acabar el bachillerato y para presentar la prueba a una universidad de cine; un proceso interior mío al que aún no le puedo poner palabras.
La maternidad ha sido el desafío más importante de mi vida.
Ha puesto patas arriba la mayoría de mis conceptos sobre ser mujer. Ha cuestionado mis prioridades. Ha aportado conciencia sobre esta construcción de género que nos diferencia en cada decisión. Ha cambiado para siempre mi percepción del trabajo. Ha limitado mis posibilidades en unos campos y ha abierto otras vitales.
Estas semanas de puertas adentro, he conectado con una sensación de oportunidad nueva. He repasado algunos hechos de mi historia profesional, que empezó hace casi tres décadas, y he llegado a la conclusión de que quizá he nacido prematuramente yo también.
Unos 20 años prematuramente.
Que he sido mujer y periodista y hábil con la informática demasiado pronto. Yo, me digo, tendría que haber nacido en este siglo y no en el pasado.
Sin embargo, no importa porque estos días he descubierto que una puerta se abre otra vez.
Tengo tiempo, experiencia, conocimientos, ganas, algo para decir.
Estoy buscando una almohada y aún no sé que mañana volveré a nacer y que tengo otra vida adulta por delante.
La vida que yo decida vivir.