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Querida Paulina 

Tengo esta tarde el taller literario online que te comenté cuando nos vimos. 

No puedo decir que admiro a esta periodista desde hace años, porque unos meses atrás no sabía de su existencia. Hasta que decidí ponerme al día con el panorama literario argentino y me encontré con su nombre varias veces. 

Después, los algoritmos me ofrecieron amablemente esta oportunidad. Sincronicidades, sí, aunque perfeccionadas por algún equipo obsesivo de las métricas. Me apareció un anuncio en instagram y seguí a las musas del clic.

Me entrego a la verdad incómoda y útil de que al poco de entregarnos como objeto informativo, internet sabe más de nuestros deseos que nosotras mismas.

Desde que me inscribí al taller convertí a Leila Guerreiro en mi materia de estudio. A sus textos y lo que dice ella misma de sus textos. Cómo los ha leído con distancia para convertirlos en un método que enseña y del que hoy seré ínfima aprendiz. 

Tengo sus tres libros: un perfil de un concertista de piano y dos crónicas. Una sobre la coincidencia de un número inusual de suicidios en un pueblo patagónico;  otra sobre un concurso de malambo (un baile folclórico argentino) que tiene la particularidad de que quien lo gana tiene una especie de inmolación y nunca más podrá presentarse a bailar en ese ámbito.

Estaban los tres en la biblioteca más cercana de mi casa, de la tuya, disponibles. Lo tomé como otra buena señal, esta vez sin trucos informáticos. 

He leído todos los artículos que fui encontrando y he visto las seis horas de clases en video que nos han enviado antes de nuestra sesión en directo. 

Ahora me observo a mí misma preparando preguntas para esta tarde. 

Me alienta la curiosidad, sí. 

Aunque reconozco que me distrae esa conciencia de soberbia, de estudiante universitaria que los demás detestaban por hacer preguntas que parecían desnudar la ignorancia del resto.

¿Qué parte de mí busca lucirse, destacar, cuál aprender sinceramente?

También conecto con las preguntas que, dice mi madre, siempre hacía de pequeña. 

Las preguntas que me empujaban a devorar enciclopedias. Que me hicieron preguntar una letra a cada adulto cercano hasta aprender a leer. “Co-qui-ne-ro” dije en voz alta en la cocina, cuenta mi mamá, y supo que yo leía cuando descifré la etiqueta del aceite en que aparecía un cocinero rubicundo sobre fondo amarillo.

Las preguntas que se convirtieron en mi oficio. Que se hicieron materia prima de mi tarea durante diez años. Una periodista sin buenas preguntas no existe. Y las buenas preguntas, nos quiere decir Leila, no son las que brillan sino las que se borran, las que nos borran como narradores, para dejar que sean las personas o los hechos los que cuentan. 

Los que cuentan. 

Esta es la objetividad subjetiva según ella. Desaparecer, hacerse invisible. Usar la imaginación sin hacer ni un ápice de ficción. Periodismo narrativo se llama. Usar el método de las ciencias y el arte de la poesía.

Apunto, por si esta tarde puedo preguntarle:

  • ¿Cómo se va desde la “singularidad” al “universal”? ¿Desde esa semilla que hace a una historia atractiva, hasta el núcleo duro que se puede entender atravesando fronteras geográficas y temporales y que puede resumirse en una frase tipo tragedia griega o viaje heroico?  La historia de un amor, de un fracaso, de un éxodo. 
  • ¿Cómo usás las reiteraciones en tu texto para que siempre avance, nunca retroceda? 
  • ¿Cómo evitás los argentinismos sin perder tu voz? 
  • ¿Cuál es la diferencia entre una anécdota y una historia? (“Tener algo para decir”, subraya ella siempre que puede.)

Me planteo la hipótesis de escribir un perfil y punteo el esbozo de cómo aplicaría lo que aprendí en estos días vertiginosos, en los años de periodismo, en la década de mis textos en barbecho.

 

Me invitaste ayer a un recital de poesía de tu hijo. Hace poco me dijiste que cuando se hacen mayores también revisamos nuestros inicios profesionales. Será eso. 

 

Hoy tenía otras tareas apuntadas en mi agenda. Me despejé el día para seguir la escritura de mis documentos que son una suerte de manual y que pretendo convertir en un curso online. Incumplí el mandato productivo.

 

Así como un día sentí que estas cartas eran parte de un camino que no sé adónde me llevará, hoy tengo la certeza de que esta es mi tarea imprescindible del viernes. Leer, escuchar, hacer preguntas. 

 

Mi hijo mayor toca la puerta, entra, me dice que esta tarde irá de nuevo al bar donde ayer hizo una prueba para trabajar. Me muestra la camiseta con el logo que le entregaron como confirmación de que podrá empezar a lavar copas a cambio de un sueldo. 

 

Un sabor a inicio tienen estas preguntas esparcidas en mi cuaderno. Estos libros apilados a mi derecha. Algo de copas a lavar con ilusión de director de cine, con abstracta certeza de que una cosa es condición sine qua non de la otra.

 

Tengo el primer párrafo a la vista, me dejaré sorprender por el desenlace. Mi singularidad es esta que soy. Mi universal es algo así como “mujer en busca de un sueño que retoma su carrera periodística a los 50”.

 

Yo pregunto. La vida se encargará de responderme. Y si no, es que tengo que seguir preguntando. 

 

O que la respuesta es preguntar. Que el único sentido de las preguntas es abrir nuevos interrogantes hasta el infinito.

 

Nos vemos pronto para compartir escrituras. 

 

Un abrazo

PD: Paulina Fariza es escritora y hemos dado forma a su web.

PD2: El taller que haré es «Descripciones, miradas» en Fuentetaja.

Me encantan las cartas y a estas las escribo para mis amigas. No son "newsletters" sino algo así como "old-letters".

Te invito a responderme cuando algún tema toque una tecla en tu interior. Estas líneas son la excusa para  un diálogo.

Dejarme tu email es fácil y gratis y, si mis cartas te hacen perder el tiempo, salirte de mi lista es aún más sencillo.

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