Querida (…)
Ya lo dijo Watzlawick en su primer axioma.
Es imposible no comunicar.
Si digo que tal o que cual.
Si hago silencio.
Si me decanto por el humor.
Si denuncio.
Si lo convierto en un melodrama.
Si hablo por toda la humanidad.
Si converso desde mi ombligo.
Si me sustraigo al aquí y ahora.
Si asumo una perspectiva global, histórica y geográficamente hablando.
Estaré comunicando algo. Aunque sea el polo opuesto de lo que pretendía.
Es como vestirse. No hay una manera neutra. Quizá no vestirse. Pero eso no sería neutro, sería ir desnudo, algo nada neutro, excepto bajo la ducha.
Ir desnuda por la calle no sería nada neutro (sin perro o sin carrito de la compra, tampoco). Desvestirme frente a mi móvil mientras estoy en plena videollamada con un amigo no sería un gesto neutro.
Vistiéndome como el resto en una situación dada logra camuflarme. Y absolutamente lo contrario si he optado por prendas demasiado anacrónicas o coloridas o más apretadas o más sueltas o más largas o más cortas que las que llevan los demás.
Las dos opciones pueden implicar enormes esfuerzos. Y es posible que lo más difícil para mi personalidad sea invisibilizarme. O destacar.
“Es imposible no vestirse” diría, quizá, Coco Chanel en su primer axioma.
(Se le atribuyen frases como: «Todo lo que es moda pasa de moda» o “Vístete vulgar y recordarán el vestido, vístete elegante y recordarán a la mujer”.)
Las palabras puestas ahí afuera ahora mismo son como la ropa.
Incoloras, insaboras, sucedáneas, plásticas, olvidables, inocuas, quizá.
En ningún caso neutras.
Hablar de la pandemia o dejar de hablar.
Pecar por ello mismo de sesuda, original, desconsiderada o cansina.
Es que cualquier tema en estos días es desde dentro o fuera o antes o después del confinamiento (o covid-19 o cuarentena o coronavirus) curioso, todo con C.
Es el punto de referencia. Todo lo demás se sitúa en algún punto cardinal respecto de esa “C”.
Es imaginar la nada o el infinito. Imposible concebirlos ya que vivimos en el “algo”, en lo concreto, en lo que empieza y acaba.
Estamos paradas en medio de esta situación. En un gran paréntesis que incluso nadie sabe cuándo se cerrará. Hay cálculos matemáticos, una especie de jurisprudencia a partir del caso chino o una aproximación si pensamos que vamos un par de semanas por detrás de Italia.
Es lo único cierto. El desconcierto. La pausa. La amenaza. La inflexión.
Esta era una de las discusiones clásicas en las clases de periodismo.
(Por cierto, ¿alguien por aquí no se enteró de que tengo casi 50 y que he sido periodista en otra vida? Sepan disculparme el noventosismo que me sale por los poros)
Digo, era una de las discusiones clásicas: ¿se puede ser objetivo al informar?
Si ya eres de por sí un sujeto que observa, lo tuyo siempre será una versión.
Así que una manera de ser objetiva es decir de antemano desde dónde estoy hablando. Puedo afirmar: “Yo miraba desde el balcón de enfrente” y entonces ya te harás una idea de que puedo decirte mi verdad y que puede haber otras verdades. Desde el vecino de al lado que solo te oye. Desde la persona que convive contigo.
(Ese era el punto de vista del protagonista de la Ventana Indiscreta que vimos hace unos días con mi hijo, con palomitas dulces versión siete)
Acabo de leer un texto de un filósofo harto de todos los filósofos y sus filosofadas en este momento “C”.
Su texto me hizo pensar en esto que estoy escribiendo: digas lo que digas, te posicionas de alguna manera.
Si criticas a un bando, al otro, si te unes a un bando o al otro. Un filósofo satirizando sobre la profundidad de los discursos filosóficos es la prueba de que es imposible no comunicar.
Le han pedido que se pronuncie, dada su autoridad para filosofar. Ha elegido la sátira. Podría haber escogido la intelectualidad de su posición como profesor de una universidad prestigiosa. O la tozudez del silencio.
Lo único que no podía era no responder.
Dicho todo esto, la cuestión es:
¿Y ahora qué digo?
Un abrazo, eso sí. Dados los tiempos que corren es un bien escaso y deseado por toda la humanidad, quién lo hubiera dicho.
Un abrazo, repito.