Querido Ariel
Hace más de un año que escribo estas cartas y me preguntás sin preguntar por qué no te he dedicado ninguna.
La razón es simple. Estas cartas son un juego, una excusa de comunicación, un puente hacia un grupo de personas que en su mayoría no conozco y que, para decir algo que sea significativo para mí, y que por eso lo sea también para alguien más, dialogo con mis amigas reales o algunas imaginarias, pero siempre con alguien.
Nunca pienso en una masa anónima cuando redacto.
Dedicarte una de estas cartas es ir al otro extremo de la intimidad. Exponerla como si fueran sábanas al sol. Porque escribirte algo intrascendente solo para cumplir con un encabezado en tu nombre, no va conmigo ni con la honestidad que estos textos pretenden.
Amor.
Sí. Cuántas veces reemplacé las cinco letras de tu nombre por estas cuatro. Ni siquiera “mi” amor, no; el universal, el de todos los tiempos y los espacios, el de todos los hombres y todas las mujeres.
Nada original y a la vez irrepetible.
¿Eso creemos todas, todos, cuando nos toca, aunque apenas podamos imaginar lo que siente otra persona? ¿Cómo miramos el alma de alguien más? ¿Cómo abrimos una ventana para saber que este sentimiento es equivalente? Los actos, los gestos, el tacto. Las palabras
Escucho estos días un podcast en el que leen cartas. Muchas de ellas son cartas de amor. Me atrevería a decir que todas tienen algún equivalente de esta frase, que le dice Henry Miller a Anaïs Nin:
“Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros.”
Yo lo creo también. Podría suscribir hoy mismo este eslogan del amor.
Es tu cumpleaños. Lo que significa que al acabar el mes habremos cumplido 23 años juntos.
¿Cuántas cartas de amor te habré escrito en estas décadas? Decenas al menos.
Cartas para todas las caras de este prisma. Tenemos una historia que incluye mudanzas intercontinentales, tres hijos, proyectos laborales comunes. Y todo lo hemos arremetido con pasión.
La pasión del encuentro, la pasión del portazo también. La pasión convertida en disciplina para meter una casa en cuarenta cajas y cambiarla de domicilio. Para obedecer a la alarma de las siete, trescientas veces por año.
El impulso vital y el sueño compartido tras cada gesta cotidiana. Nuestras citas al cine o al scrabble o a la montaña, lo que importa es encontrarnos a solas.
Nuestra historia como capas geológicas. La mesa, el sofá, la cama, la ciudad, la playa, la lluvia, el frío, la primavera. Nuestros álbumes de fotos que incluyen una tarde en Uruguay, una mañana en Costa Rica, un atardecer en Córdoba, una noche en Key West, un té en Paris, una cena en la Costa Brava, un desayuno en la Toscana.
Y también esos tramos del calendario en que no compartimos casa, en que probamos otros rumbos y nos decidimos por el reencuentro a pesar del desencuentro. Quedan las cicatrices.
El terapeuta nos pide que hagamos una lista de lo que nos gusta del otro y en medio de mis lágrimas nos miramos cómplices y nos reímos porque así empieza la película que vimos ayer en el cine. Con un terapeuta que le pide al matrimonio que haga una lista en que dicen lo que les gusta del otro.
Reírnos en medio del drama. Si tuviera que elegir una sola cosa que nos une, elegiría eso. La risa cómplice.
Desde aquel primer gesto de intimidad en que compartimos un lápiz para tomar apuntes en el taller literario, hasta el mensaje de hace un rato en que te pido que traigas pan y fruta.
La capacidad de hacerme reír, de tornar las tragedias en otra página para girar.
Suena una canción que conocemos los dos, huele a café, la figura de nuestra gata se perfila en la ventana. Es un día cualquiera, de un mes cualquiera de un año cualquiera. Y a la vez único. Compartido por todos los que vivimos hoy en este planeta. Y a la vez nuestro como si fuésemos los últimos habitantes.
Como el amor. Como las cartas de amor. Como esta carta, amor.
Que los cumplas muy feliz. Los años, los sueños.
PD:En Epistolar podcast hay cartas de amor, cartas de reivindicación, cartas de mujeres y hombres que conocieron la fama y que en estos textos se muestran como mirados con microscopios. «Antología de lo íntimo», se subtitula, y es la última joyita que encontré en ese vasto universo paralelo de internet.